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La labor ministerial de derechos humanos de Karen Tse ayuda a erradicar la tortura

Por Michelle Bates Deakin (publicado originalmente en inglés en UUWorld.org).
Las fétidas condiciones de las prisiones camboyanas no eran nada nuevo para Karen Tse en 1995. Ya había caminado por los húmedos corredores de muchos de los calabozos del régimen del Jmer Rojo, en consulta con los presos camboyanos y para abogar por sus derechos.

Pero aún así se sintió conmocionada un día por los ojos marrones y mirada vacía de un chico de 12 años que la contemplaba a través de las rejas oxidadas. Sin camisa y descalzo, vestido tan sólo con unos delgados pantalones azules sostenidos con cordeles.

Tse saludó al chico en Jmer: “Qué tal ¿Cómo estás?” A lo que le respondió con un tímido, “Hola”, y Tse dejó de hablar con él. El chico estaba en prisión por el robo de una bicicleta. Había golpeado a un policía, por lo que lo torturaron hasta obtener su confesión, y lo dejaron languideciendo en la celda. No tenía fecha para ser juzgado. Ni tenía abogado. Ni esperanza de ser liberado.

Tse [que se pronuncia Ché] había estado en Camboya durante un año, en el que trabajó para las Naciones Unidas como abogada joven colaborando para reconstruir el sistema legal que había sido diezmado por el brutal régimen del Jmer Rojo. Había trabajado con adultos y con presos políticos de alto perfil. Pero el encuentro con este chico le abrió los ojos a una nueva dimensión del problema. ¿Quién estaba ahí disponible para abogar por un desconocido de 12 años? Con todas las organizaciones que buscaban defender a acusados destacados, ¿quién hacía algo por salvaguardar los derechos de la multitud invisible de gente ordinaria sin acceso a abogados y sin conocimiento de sus derechos?

Algunas de las respuestas que llegaron inmediatamente a la mente de Tse provenían de sus días en la Escuela de Leyes de la Universidad de California en Los Ángeles, y de su labor como abogada para las Naciones Unidas. Pero ella sentía que las respuestas a sus preguntas no eran solamente legales. “Comencé a darme cuenta de que las respuestas no eran sólo legales. también tenían que ver con el espíritu”, dice Tse. “Si realmente hemos de crear una revolución mundial de los derechos humanos, se trata de algo del espíritu.”

Tse hizo una pausa de su trabajo legal internacional de derechos humanos para asistir a la Escuela de Divinidad de Harvard (HDS). Había estado difiriendo su admisión a la HDS por una década, decidió asistir primero a la escuela de leyes y trabajar en la trinchera de la defensa pública. En 1997, sintió que finalmente llegaba el momento apropiado para combinar su pasión por la reforma de las prácticas de la justicia penal con asuntos espirituales profundos. Luego de graduarse de la HDS en 2000 y de ordenarse como ministra unitaria universalista en en 2001, ella comenzó a madurar la idea de una organización que pudiera ayudar a los ciudadanos ordinarios que son sujetos a tortura. Así que comenzó a construir una organización de derechos humanos llamada Puentes Internacionales hacia la Justicia (IBJ).

Tse, de 42 años, es una mujer pequeña y energética. Habla con rapidez, con su mente tan llena de ideas que salen a borbotones en rápida sucesión. La sede de sus actividades es Ginebra, Suiza. Platicamos con ella en una serie de conversaciones telefónicas sobre sus programas. Pese a haber lanzado la organización hace apenas 7 años, con grandes ideas y sin financiamientos, IBJ ha ofrecido capacitación a miles de defensores públicos y a funcionarios policiacos en Camboya y China. Y ha expandido a Vietnam y Burundi —el primer país africano al que llega— la capacitación de más de ellos, al mismo tiempo que ha educado a ciudadanos y a presos sobre sus derechos. “Nuestra misión es terminar con la tortura sancionada por el estado en el siglo XXI y asegurar el derecho al debido proceso para todos,” nos dice. “Pensamos que esto es completamente alcanzable.”

Tan noble como suenan sus ideales, la gente que la ha observado en su labor no duda de sus posibilidades de éxito. “Sus poderes de persuasión son sorprendentes”, dice Francis J. James, jefe de la unidad de justicia de las Naciones Unidas en Burundi y presidente de la Mesa Directiva de IBJ. “Siempre digo, ‘No apuestes contra ella. Pues perderías’”.

Tse e IBJ son “son asombrosamente efectivos en China”, dice Aryeh Neier, presidente del Instituto de la Sociedad Abierta de la Fundación Soros y anterior director ejecutivo de Human Rights Watch. “Ella ha generado un entusiasmo inmenso entre los abogados chinos que han sido expuestos al trabajo de IBJ”.

Habiendo viajado alrededor de China, Camboya y Vietnam, Tse reconoce que se han logrado tremendos progresos en esos países, así como por todo el mundo, en cuanto a la adopción de leyes que prohiben torturar a los acusados. Lo que hace falta ahora es la implementación de estas leyes. Tse describe a IBJ como “los hechos básicos prácticos de la tarea de construir comunidades de conciencia con abogados, ingenieros, consultores en computación, y otros que pueden asociarse solidariamente para construir sistemas de ayuda para la defensa legal por todo el mundo”.

La tortura sigue floreciendo, dice Tse, debido a que es la forma aparentemente más barata de investigación criminal. La clave para terminar con ella, según opina, está en crear sistemas de defensa pública y en la capacitación de los funcionarios policiales e investigadores en técnicas más efectivas y humanas. “Hay una vinculación decisiva entre la tortura y la falta de defensa legal de los acusados”, dice Tse.

Ella actualmente considera la extensión del programa de defensores por las diversas regiones del mundo con este problema. Con su característico optimismo incansable, Tse dice, “Iremos región por región, país por país”.


Tse no puede recordar un momento en su vida en el que la cuestión de la tortura no la haya atosigado. Cuando joven, al crecer en el Barrio Chino de Los Ángeles, solía tener pesadillas en la que veía a la gente cruelmente golpeada en prisión. “Me despertaba repentinamente sintiéndome profundamente perturbada”, recuerda Tse. “Al principio me sentía aliviada al decirme que sólo era un mal sueño. Pero en ese momento me daba cuenta de que mi pesadilla era la realidad de alguien más. Siempre he tenido dentro de mí la obsesión de terminar con la tortura.”

Agrupados en el Barrio Chino, Tse encontró a personas de diversas experiencias de vida, incluso a refugiados, a quienes escuchó hablar de la persecución y de sus huidas precipitadas de sus países.

Su familia asistía a una iglesia católica china, en la que el sacerdote irlandés solamente hablaba inglés y la mayoría de los feligreses solamente hablaban chino. Los feligreses eran una mezcla de budistas, taoístas y confucianos. “Básicamente, lo que veíamos ahí era la comunidad”, dice Tse. “Crecí con una sensación de que la religión era algo muy fluido.”

Asistió al Scripps College en Claremont, California, que la invitó de nuevo la primavera pasada para ser la oradora inaugural del nuevo curso. Como estudiante, escribió cartas para solicitar procesos justos para los disidentes en diferentes partes del mundo. Luego de su graduación, trabajó en un campo de refugiados en Hong Kong y Tailandia, y solicitó su ingreso simultáneamente a la escuela de leyes y a la de ministerio. Pospuso su admisión a la Escuela de Divinidad de Harvard (HDS) y decidió asistir primero a la Escuela de Leyes de la Universidad de California en Los Ángeles. Como abogada recién egresada en 1990, trabajó como defensora pública en San Francisco por 3 años antes de dirigirse a Camboya. A su arribo, en 1994, se encontró con que quedaban sólo 10 abogados en un país de 13 millones de habitantes. “El Jmer Rojo mató a todos los abogados”, dice Tse. “Todavía había mujeres en las cárceles por crímenes que sus esposos habían presuntamente cometido 10 años atrás.”

Su primer proyecto en Camboya fue capacitar defensores públicos. los 25 defensores públicos que el programa capacitó fueron los primeros en la historia del país.

Tse se veía a veces agobiada por la fiera resistencia que encontraba al tratar de capacitar a la gente sobre los derechos humanos. Por ello buscó el consejo de una monja, la Hermana Rose, en un orfanato en el que Tse servía como voluntaria los domingos. Tse la veía como un ejemplo de simplicidad, pureza, y amor. La Hermana Rose urgió a Tse, incluso cuando tratara con gente que dudara de ella o se le resistiera, a buscar al Cristo o al Buda en cada persona. “Ella creía de verdad en el poder transformador del amor”, dice Tse. “Me enseño aquello que realmente cambia al mundo, tiene que ver con el amor, la esperanza y la fe. No puedes cambiar al mundo si no tienes fe”. Esa fe no tiene que ser en un ser supremo, dice Tse, sino que debe ser una fe en las personas y en su capacidad de transformación.

Tse comenzó a poner una atención más cercana a su necesidad de asistir a la escuela de ministerio. “Tuve una sensación profunda de que debía ir a la escuela de ministerio, pero no sabía por qué”, dice Tse. “Sabía que para integrar mi vida y mi trabajo debía asistir a ella.”

Ella no tenía planeado convertirse en ministra unitaria universalista. Ni siquiera sabía lo que era el unitarismo universalista hasta su primer año en la escuela de ministerio. Durante una clase de organización eclesial UU que otro compañero de estudios le recomendó tomar, Tse se dio cuenta de que era UU, a pesar de nunca haber asisitido antes a ningún servicio UU. Este sentimiento se vio confirmado cuando asistió —y condujo— servicios UU durante sus dos años de prácticas profesionales en la Iglesia Unitaria Universalista de Haverhill, Massachusetts. La iglesia la ordenó en 2001, lo que consolidó el amor de Tse por el ministerio de parroquia. Salió de la escuela de ministerio con un fuerte deseo de ser ministra de parroquia, y espera serlo algún día. Pero también se sintió atraída hacia la capacitación de defensores públicos y por acabar con la tortura.

“En primer lugar, y lo más importante, soy un ser espiritual”, dice Tse, y Puentes Internacionales hacia la Justicia (IBJ) es ahora su ministerio. “El marco legal son las herramientas con las que trabajamos. Pero es realmente el espíritu lo que nos mueve. Es el entendimiento de nuestra interconexión y de nuestra valía y dignidad intrínseca lo que realmente constituye el fundamento de nuestra labor. No podría hacer esto sin ser abogada, y no lo habría empezado sin ser ministra. Ser ministra crea las posibilidades de esperanza y de fe.”

Al imaginar Tse o que IBJ podría ser, consultó con otro ministro unitario universalista y abogado, el Revdo. William “Scotty” McLennan, que sirve actualmente como Decano para la Vida Religiosa en la Universidad de Stanford y es parte del Consejo Asesor de IBJ. “Karen tiene una visión abierta que va más allá del cristianismo”, dice McLennan. “El núcleo de su visión es que ella sirve a la persona completa, no sólo a la persona a la que le ha sucedido ser torturada, detenida, o despojada de sus derechos legales básicos, sino también las cuestiones mayores de justicia social y de la justicia integralmente entendida. Además, tiene el afán religioso de vernos a todos a imagen de Dios, y por lo tanto sagrados.”


Tse creó Puentes Internacionales hacia la Justicia (IBJ) en 2001 con más voluntad que dinero. Decidió que China era el lugar en el que debería empezar a atender los derechos de los acusados —a pesar del hecho de que sólo había estado ahí antes en viajes turísticos y que conocía muy poco sobre el país. Tenía un contacto, un profesor de una universidad china que la ayudó a obtener una cita con el jefe de la oficina del programa de ayuda legal de China. Tse juntó como pudo algo de dinero para volar a China consiguió prestado con una amiga un traje sastre formal para lucir presentable en esta única cita —que fue intempestivamente cancelada por el funcionario cuando ya el vuelo de Tse había llegado a China.

Ella no iba a aceptar un 'no' por respuesta e insistió en solicitar una entrevista de 15 minutos al día siguiente. El funcionario aceptó, y con base en esta reunión inicial, aceptó permitirle empezar a capacitar abogados y educar a presos y ciudadanos sobre sus derechos sobre sus derechos. El oficial puso una condición: Ella debería entregarles 400 computadoras personales para las oficinas gubernamentales de apoyo legal. Tse dijo que lo haría. Luego comenzó a idear cómo su organización de derechos humanos de una sola persona podría arreglárselas para cumplir esta promesa .

Ella acudió rápidamente a formar redes de apoyo entre sus amistades. Algunos de ellos le organizaron una actividad para recaudar fondos en Hong Kong en la que obtuvo una donación anónima de USD$25,000. Al mismo tiempo, ingresó como asociada a Echoing Green, una fundación con sede en Nueva York que provee de fondos semilla y apoya a los jóvenes emprendedores sociales. Otro amigo la presentó con un funcionario del Instituto de la Sociedad Abierta del filántropo George Soros. Esta organización concedió un fondo de USD$300,000 al incipiente IBJ. Animada por su éxito, Tse comenzó a platicar con más donantes potenciales y recibió una donación de USD$5,000 del magnate de la computación Michael Dell.

Ahora estaba en condiciones de comenzar a actuar en China. En una labor cercana con el Ministerio de Justicia, IBJ ha ayudado a organizar conferencias de capacitación para más de 1,000 defensores y a distribuir carteles y folletos que promueven los derechos legales en idioma chino mandarín, así como en otros idiomas regionales, tales como tibetano, mongol, y uigur. La fundación de Tse ha dirigido campañas para concienciar sobre los derechos dirigidas, tanto a adultos, como a jóvenes en las 39 provincias de China; creó un manual de procedimientos para defensores públicos y un sitio web para los centros de ayuda legal locales y para los abogados chinos; y organizó discusiones y mesas redondas en las que ha reunido la presencia de la policía, los defensores, los fiscales, y los jueces para promover la cooperación intersectorial.

Operaciones similares en Cam­boya y Vietnam han logrado la capacitación de defensores y la educación de los ciudadanos sobre los derechos que les garantizan las constituciones de sus países. En Camboya, quien fuera un funcionario policial del régimen anterior, que solía ordenar a sus subordinados que obtuvieran confesiones a través de torturas, ahora es un asociado del IBJ y capacita a los funcionarios policiales para no torturar. Semejantes transformaciones convencen a Tse de que el cambio es posible a escala mundial, en tanto que la gente trabaje con los individuos para enfocarse en su sistema profundo de valores. “Los fantasmas del pasado permanecerán, si es que no se hace algo para cambiar el sistema para la gente ordinaria”, dice Tse. “A menos de que alguien llegue con una nueva visión, la tortura alcanzará a las generaciones por venir”.


A partir de su éxito en Asia, Tse viajó a África en 2006 para reunirse con funcionarios en Burundi, Ruanda, y Zimbabue para comenzar a desarrollar na campaña de derechos humanos en África. El primer proyecto oficial ya está en curso en Burundi, donde Puentes Internacionales hacia la Justicia (IBJ) ha ayudado a crear y distribuir carteles, tanto en francés, como en kirundi, que dicen: “Usted tiene derecho a un abogado defensor, derecho a nos ser torturado, y derecho a un juicio justo”.

IBJ ha cuenta ahora con 21 empleados, con un presupuesto anual de algo más de USD$1 millón. Además de su sede en Ginebra, también tiene dos oficinas en China y asociados en Camboya y Burundi. Tse estableció la organización en Ginebra, ciudad que es ampliamente considerada como un lugar neutral, así como una plaza que hospeda importantes oficinas diplomáticas internacionales. Ella vive ahí con su esposo, director en el Foro Económico Mundial, y dos hijos.

Tse dice que ha recibido solicitudes para apoyar el trabajo por los derechos legales de diversos países de todo el mundo. Tiene la esperanza de que IBJ logre crecer para satisfacer la demanda. Se ha puesto la meta de contar con 108 asociados capacitados —que puedan capacitar, a su vez, a más defensores— alrededor del mundo.

El número 108 tiene gran significado para Tse. Ella manifiesta su acuerdo con la teoría del libro de Malcolm Gladwell, The Tipping Point: How Little Things Can Make A Big Difference, en cuanto a que una idea alcanza su masa crítica cuando 100 personas hablan sobre ella. Añade a eso el número 8, que es el número de la suerte para los chinos. Hay 108 cuentas en el mala tibetano de oración [una especie de rosario budista], y un cuento popular chino habla de 108 héroes que salvaron a su país.

Tse no se sorprendió en absoluto al enterarse de los resultados de una reciente evaluación de riesgo que personal de IBJ realizó para evaluar la cantidad de países en los que podrían llegar a tener un gran impacto: 108. “Ahí está la sabiduría, ahí está la intuición y ahí está lo intelectual”, dice Tse. "108 es lo apropiado".

Para mejorar su programa de defensores, Tse busca organizaciones asociadas —incluso congregaciones— que púedan patrocinar la capacitación y el acompañamiento de los defensores. IBJ requiere de USD$10,000 cada año para apoyar a cada asociado, quien, una vez capacitado, crearía un centro de recursos de apoyo para defensores en su país de origen.

Tse tiene la esperanza de que algunas congregaciones unitarias universalistas decidan patrocinar un defensor. “Los UU deberían enterarse de lo que hace”, dice la Rev. Ellen Brandenburg, quien conoció a Tse cuando estaba en la escuela de ministerio y Brandenburg era la directora de educación ministerial de la Asociación Unitaria Universalista. Ahora, Brandenburg vive junto a la frontera de Ginebra, en Francia, y ha estado observando a Tse en acción. “Es muy importante trabajar a una escala mundial en la que la mayoría de los UU no tienen la oportunidad de implicarse”.

McLennan también piensa que IBJ es una buena opción cercana a los valores de los unitarios universalistas. “una de las preocupaciones esenciales de nuestro movimiento es la libertad y las garantías que protegen a las personas”, dice. “Hemos tenido una larga tradición de compromiso internacional, y de internacionalismo, así que las cuestiones de derechos humanos han de ser muy atractivas para nuestras congregaciones”.

Construir estas redes, cree Tse, puede cambiar al mundo. “La gente cree que el trabajo de derechos humanos debiera versar sobre lo extrarodinario”, dice Tse. “Pero en realidad trata sobre el diario afán que termina por lograr una diferencia tremenda. Si podemos inspirar a la gente ordinaria a hacer cosas extraordinarias, el mundo cambiará”.

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